viernes, 4 de noviembre de 2011

Decimotercera entrada. "Lágrimas insuficientes para una persona que merece más."


Hacía mucho, muchísimo que no publicaba nada aquí y la verdad es que han pasado muchas cosas desde la última vez que publiqué algo por aquí. Han pasado tantas cosas que todas ellas juntas me han impedido destinar el tiempo necesario para preparar una entrada, pero hoy tengo un motivo de peso para tomarme el tiempo necesario pese a las horas que son (4:08 a.m.) y tener clase mañana.

Me he metido en la cama y el insomnio ha hecho presa en mí con una sola imagen, ella, mi compañera dieciséis años juntos día a día avalan cuanto menos ese título, si no el de hermana. Sara, mi hermana, mi compañera.

Sara fue el ser más humano, noble, bondadoso, leal, protector, cándido y amable que jamás he tenido la fortuna de conocer sin ser sangre de mi sangre. Este es el resumen de su historia, y el motivo de mis lágrimas de esta noche. Lo curioso de mis lágrimas es que son de agradecimiento, por haber tenido la fortuna de haber compartido tanto tiempo de mi vida a su lado.

Todo empezó una tarde de verano de 1994 cuando volvía de clases de informática en la academia "Mangold", contaba yo por aquel entonces con 9 añitos, cuando al pasar cerca de un bar cerrado me encontré en la calle con una perrita schnauzer con ganas de juego y muy simpática. Con 9 años y amante de los perros ¿Qué iba a hacer yo si quería jugar? Pues lo que hice, jugar con ella. En ese momento no lo sabía pero acaba de conocer al mejor ser que jamás he conocido en mi vida.

Después de un rato largo jugando con ella, decidí que era hora de irme a casa, pero claro no solo me gustaba sino que además me había dado cuenta de que ni llevaba collar, ni se había acercado nadie a preguntar por ella, así que nos fuimos a mi casa los dos. No fue difícil, la perrita me siguió sin pensárselo dos veces. Al llegar a casa mi madre estaba esperándome preocupada, pobre mujer le he hecho padecer tanto en esta vida…, pero cuando nos vio aparecer juntos no fue capaz de reñirme como habría hecho en cualquier otra situación similar se limitó a preguntarme por la perrita.

Al final decidimos que debido a que la perrita estaba sana y limpia debía tener dueño y debía haberse perdido, de manera que decidimos acogerla y pasearla por la zona en la que la había encontrado por si la reclamaba alguien. En quince días nadie la reclamó y para entonces ya era tarde como para devolverla sin hacer daño a la familia, la pequeña se había ganado los corazones de mis padres, el de mi hermana de seis años y el mío de nueve, era una más y había llegado para quedarse. Y este es el comienzo de su historia en mi familia, hay tantas historias que contar de ella…

Aún me siento mal por haberle hecho desprenderse de su camada de cinco cachorros que tuvo después de una noche loca. Fueron días muy felices de biberones y limpieza de caja y toallas, ella no daba abasto para amantar a sus pequeños, pero era una madraza y los protegía con ahínco y a la vez era tan noble y tan inteligente que sabía que podía confiar en mi madre y en mi para ayudarla con sus pequeños. Perdónanos si traicionamos tu confianza al buscarles un hogar distinto a tus pequeños, solo puedo decir que a día de hoy todos siguen en hogares donde están muy bien atendidos y donde se les quiere muchísimo.

Fue tan buena madre que ya con nueve años llegó a casa Tina, una pequeña "Yorkshire terrier" regalo de mi hermana a mi madre por su cumpleaños. Era tan pequeña cuando llegó que aún hay fotos que atestiguan que me cabía en el bolsillo lateral de mis "Dickies" y le sobraba sitio. Sara, tu educaste a Tina y la hiciste tranquila, noble y cariñosa. Incluso dejaste que intentase mamar de ti durante tres años pese a que no podías dar leche por que años antes tuvimos que extirparte el útero. Protegías a Tina cuando le reñíamos y tú misma le reñías cuando se pasaba de la raya. Fuiste su madre y ella lo sabe.

Pero toda historia llega a su fin y la tuya por desgracia no fue distinta. En la última semana de julio de dos mil diez, nos dimos cuenta de que te pasaba algo. Tenías diecisiete años y hasta la semana anterior seguías persiguiendo la pelota si te la tirábamos, hasta que un día ni siquiera fuiste capaz de levantarte para comer cuando ese era tu momento preferido del día. Sabíamos que algo no iba bien y te llevamos al veterinario sin pensarlo dos veces y él nos lo confirmó tenías un coágulo cerebral que se estaba expandiendo y te estaba provocando vértigo y parálisis.

Fue una semana muy larga y muy dura, teníamos la esperanza de que el coágulo se reabsorbiese y todo pasase pero no fue así. Yo mismo decidí que si llegaste a la familia por mí era justo, aunque doloroso como nada me ha dolido nunca, que yo mismo te acompañase en tu último segundo. Tomé la decisión de liberarte de tu padecimiento, lo consulté en casa y me dieron el visto bueno. Fue un fracaso, el veterinario se negó en ese momento a aliviarte el sufrimiento y me hizo volver a llevarte a casa a pasar tus últimos días. Dos días después mi papá y mamá te llevaron a ver al veterinario sin avisarme, mientras volvía del trabajo, y mientras el veterinario te metía la aguja en la vía intravenosa mi madre me contaba por teléfono que el proceso ya estaba en marcha. No pude despedirme de ti, lo siento muchísimo. Era tres de agosto de dos mil diez.

Este es mi homenaje a ti Sara, mi compañera, mi hermana, mi amiga. Te echo mucho de menos y las lágrimas que he derramado escribiéndote esto no son suficientes para ti.  Allí donde estés se feliz. Te quiero.